Mi Primer Cappuccino
A pesar de que Honduras es mayormente rural, muchos de nosotros ceibeños no crecimos con vacas, gallinas y chanchos. Para experimentar el campo teníamos que hacer un “viaje” o si estaban cerca los “animalitos”, una “excursión”.

Hoy les quiero contar de un viaje largo, una visita a Santa Bárbara con mi papá. Tal vez tenía cuatro años. Les contaré la parte que recuerdo. Nos fuimos en bus hasta allá (Santa Bárbara). Yo recuerdo que tenía mi propia maletita, de la cual era responsable. Finalmente llegamos y nos estaba esperando la familia. Nos quedamos donde una de las tías abuelas.
La mañana siguiente recuerdo qué hacía frío y que nos levantamos “oscuro”. Ya todos en la casa estaban despiertos. Me cambiaron y comenzamos a caminar. No tengo conciencia de la distancia, me imagino que iba más dormida que despierta. Entre más caminábamos más iba sintiendo los diferentes y peculiares olores del campo al amanecer. Sentí el olor al ganado (con todo y el estiércol) y finalmente llegamos a un lugar donde estaba un muchacho sentado en una banquita, al pie de una vaca.
Me explicaron que estaba ordeñando a la vaca. Que de la vaca venía la leche. Yo miraba como él con sus manos apretaban la ubre de la vaca (nombre que yo no conocía) y que mágicamente salía un líquido blanco con espuma que me aseguraron que era leche.

Hasta ese momento, para mí, la leche la dejaban los carros de la Leyde. ¿Recuerdan ustedes? Venía en unas cajitas de cartón amarillas y la única vaquita relacionada con esta era la que estaba allí impresa. La Leyde tenía un sistema de distribución / entrega muy bonito.
Les explico: Había unos talonarios impresos (creo que eran verdes) de los cuales uno arrancaba cupones y se dejaba un cupón por cada litro que se quería que le dejara el lechero. Se dejaban para él la noche anterior. En mi casa los cupones se dejaban a la entrada, en la puerta de la casa (por fuera) y en la mañana, tempranito, en su lugar, había leche. El sistema funcionaba perfectamente y eso que en ese tiempo mi casa ni cerco tenía, pero ¡Se respetaba la leche! Nadie tocaba ni los cupones, ni el producto.

Pero les contaba de Santa Bárbara. Regreso a la historia. Alguien sacó tasas y un termo con café (que yo ni me percaté que venían). Si no lo han probado, les cuento que el café en el campo es negro y dulce, parece sirope. Recuerdo que echaron café hasta la mitad de la tasa y se la dieron al muchacho. El muchacho agarró la taza con una mano y con la otra siguió ordeñando la vaca. La leche recién ordeñada caía directamente sobre el café. El contenido de la taza cambiaba gradualmente: no sólo de color, también de textura. La bebida se volvió espumosa. Le di un sorbo y casi me quemo, porque asumí que la leche era fría, como la de Leyde, pero no. Me explicaron que la leche salía tibita de la vaca. ¡Qué maravilla aquella! ¡Mi primer cappuccino! Bueno, técnicamente mi primer latte. Un café sencillo, con leche pura, fresca y espumosa. Una experiencia inolvidable y un componente permanente en mi memoria y en mi vida.